Recuerdo que cuando estaba en la básica –hace bastante tiempo ya– teníamos un libro de reclamos. Su encargada lo leía en el consejo de curso semanal. El caos que quedaba después de la lectura era tremendo, pero al menos teníamos la certeza de que sólo los compañeros se enteraban de la situación. Muy distinto es lo que sucede hoy, con las páginas de “confesiones” de Facebook.
Gracias a esta plataforma es muy fácil descuerar a alguien, inventar historias y decir miles de pesadeces desde el anonimato. Lo peor de todo es que ya no sólo los hay para gran cantidad de usuarios - como “Confesiones de Metro” o “Confesiones de la Universidad X” - sino que existen otros para cantidades de personas mucho más reducidas, como las ciudades pequeñas o colegios. Esto hace que sea mucho más fácil descubrir quiénes son los aludidos en la historia, lo que puede acarrear uno que otro problema.
Como experiencia, puedo decir que una vez me vi involucrada en una de estas historias. Me di cuenta porque unas amigas me enviaron el link y, proviniendo de una ciudad pequeña, ellas se dieron cuenta de que lo que se escribía era sobre mí.
La situación no la llevé más allá, ya que el comentario tiraba mucha mala onda. Venía del corazón de una chica despechada. Ante eso - y estando a miles de kilómetros - sentí que no valía la pena siquiera encararla, porque la situación quedaría sólo en el descargo que ella tuvo.
Claramente, cuando el caso es otro y la persona es denigrada de manera muy violenta, con consecuencias graves, el autor deberá ser valiente para asumir que lo que hizo estuvo mal. Las redes sociales no son lugar para andar revelando la vida de otros, lo que puede ser el inicio del grooming e incluso, de una posible demanda si la persona injuriada así lo estima.
Y tú, ¿has sido víctima de alguna "confesión"?
Imagen CC Rishi Bandopadhay