Siento amor y odio por los días de lluvia. Los adoro porque limpian el aire y ¡es exquisito disfrutarlos mientras duermes o estás en casa, comiendo sopaipillas!. A la vez, lo que aborrezco de ellos es cómo se colapsa el transporte público, la necesidad de ir con paraguas a todos lados y no poder guiar mi bicicleta por el parque, puesto que está todo embarrado. Pero lejos, lo más detestable de todo son aquellos vehículos que desatan ¡verdaderos tsunamis a su paso!
Sí, porque no es suficiente cargar con un paraguas, tu calzado y pertenencias mojadas, intentando esquivar charcos para no acentuar tu apariencia de náufrago; no. Además debes sortear esas olas gigantescas que levantan los descriteriados que pasan a toda velocidad junto a la acera. A veces, incluso he visto que algunos jugosos se aproximan intencionalmente a “la presa”, buscando mojarla y divertirse cuando eso pase… ¡Hay que ser muy…!
Lo peor es que no basta con protegerse y quedarse a varios metros del borde de la calzada o poner tu paraguas de modo horizontal. Cuando la ola te está por mojar, te moja igual. Lo comprobé hoy, cuando - procurando no quedar empapadas - con mi hermana vinimos en auto a Providencia, yo a trabajar y ella a la Universidad. Pasó una micro junto a nuestro vehículo y ¡zas! El agua que levantó se coló por una ventana entreabierta. Fatal.
Y ustedes, también ¿sufren con las olas que levantan los autos en días de lluvia?