Usualmente, cuando tengo necesidad de algún producto o curiosidad por conocer su costo, googleo e investigo. Llego al artículo que cumple cabalmente mis expectativas y ¡me obsesiono!. Por lo general, se trata de cosas no tan económicas - a modo de ejemplo, una crema hidratante y una bicicleta fueron mis últimas búsquedas - por lo que la inversión requiere de un esfuerzo y me propongo ir ahorrando, a ver qué pasa.
El problema es que Google - y su buen amigo Facebook - me tienen plenamente identificada. Conocen a la perfección qué es lo que busco y los productos exactos que me flecharon (modelo, marca, etcétera). Entonces, ¿saben lo que hacen los muy maquiavélicos? ¡Pues me bombardean con ellos a toda hora, sin dejarme respiro alguno y hasta llevarme a la locura!
¿Quiero chequear mi correo electrónico? Pues justo ahí aparece esa costosa y bellísima bici que he estado intentando olvidar. Perfecto, entonces mejor leo noticias. ¡Oh no! Ahí está de nuevo, acompañada del otro modelo que también me hizo dudar. Mejor veo algunos capítulos de mi serie favorita. ¡Pero ahí aparece también! (al menos en este caso, puedo agrandar la pantalla para no ver una lluvia de cletas por los costados del navegador). Y si deseo ingresar a Facebook para chatear con un contacto, actualizar noticias o jugar Candy Crush, ¡a cada rato me aparecen estos vehículos, danzando como bailarinas de cabaret!
Afortunadamente no soy compradora compulsiva, porque créanme que es tanta la presión que estas plataformas ejercen sobre una, que el producto que cotizaste se te incrusta en la cabezota como en la publicidad de Manjarate. Dan ganas de salir corriendo por él. ¡Te bombardean noche y día, conociendo perfectamente tu punto débil! Así, ¿quién no se vuelve obsesiva? Hay que tener harto aguante.
Y tú, ¿has sido víctima de cómo Google y Facebook te restriegan en la cara el artículo que te trastorna?