Llevaba dos años de pololeo y hace meses las cosas no estaban bien. Cada día era una lucha contra mi autoestima, intentado convencerme de que mi hombre aún me amaba. Pero no pude seguir mucho tiempo con la venda en los ojos: no me hablaba, no me llamaba, y no me decía “te amo”. Él no quería terminar pero yo no podía seguir llorando todos los días.
Lo pateé, y sentí que el corazón se me partía en dos. ¿Te has sentido así? Es un dolor tremendo y sientes el peso del mundo entero sobre tus hombros. Piensas que nunca lo vas a superar. Me resigné, y en una de las tantas juntas con mis amigas les dije: “yo no sirvo para el amor, creo que me haré monja”. Y créeme, ¡en ese momento lo decía en serio!
Pasó todo un año y no quería saber de hombres. Para mí sólo eran sinónimo de sufrimiento. Me enfoqué en mis estudios, en mi trabajo y en pasarlo bien. Se podría decir que en cierto momento “me rendí”. Y justo cuando la idea de ser la vieja de los gatos no me parecía tan terrible, apareció él.
Era un compañero de carrera y siempre hubo “buena onda”, pero nunca reparé mayormente en él. Lo conocí cuando ambos pololeábamos y nos encontrábamos de vez en cuando en los carretes. Un saludo, un poco de conversación y eso sería todo. Sin embargo, en cierto carrete (cuando los dos estábamos solteros), congeniamos de manera distinta. Hubo una cierta chispa, ¡qué terminó en fuego!
Pero calma, aún no. Recuerda que no quería saber nada de hombres, por lo que no hice caso a toda la química que hubo entre nosotros aquella noche. Sin embargo, él sí. Comenzamos a chatear bastante seguido por Facebook, y nos llevamos de maravilla. La verdad era bastante simpático, y comencé a “soltarme”. De pronto comenzó a decirme que saliéramos, ya fuese al cine o a comer. Yo pensé que sería entretenido salir con un amigo a despejarme, pero después de un rato me cayó la teja: ¡me estaba invitando a una cita!
Mi corazón comenzó a latir fuerte y no supe qué contestar. ¿Me lanzaba o no me lanzaba? ¿Me atrevía a abrir mi corazón nuevamente, después de tanto tiempo? Decidí darle una oportunidad, y acepté salir con él. ¡Y fue la mejor decisión! Ya llevamos 6 meses juntos y nuestro amor no hace más que crecer cada día que pasa. Sus besos y abrazos por fin terminaron de sanar aquel viejo dolor que me acompañó durante tanto tiempo.
Y a ti, ¿te ha pasado algo parecido?