¿Se han dado cuenta de que a veces parecemos enojarnos de manera tardía? ¡Sí! Sucede que estamos tan contentas cuando se produce una "ofensa", que no tenemos ganas de discutir o molestarnos en analizarla. Sin embargo, a medida que el tiempo transcurre y “procesamos” la info, nos sobreviene una rabia inaguantable ¡la que por poco nos convierte en Hulk!
Hace unos años, en medio de las románticas celebraciones de San Valentín, el pololo de una amiga le hizo un comentario que - al calor del momento - ella tomó con naturalidad. En aquel día todo era hermoso: flores, corazones y romanticismo. No obstante, en la siguiente jornada y tras una reflexión en el viaje rumbo al trabajo - tras bancarse unos cuantos minutos de transporte público, dicho sea de paso - su percepción en torno al tema fue otra. Y con el correr de las horas, tras formular nuevos análisis con sus colegas, estos fueron tomando mayor virulencia. ¿Resultado? Cuando al fin hablaron, ¡estaba hecha una furia!.
Otro caso típico de enojo tardío se da cuando algo te molesta y no lo exteriorizas de inmediato. Te quedas rumiando tu desagrado, pero tras pasar una tarde agradable junto al “ofensor” - u ofensora -, el tema en cuestión te parece irrelevante. Sin embargo, tras “bajar las revoluciones” de los momentos felices y retomar tus crípticos análisis, vuelves a enojarte. Otra vez te sientes vulnerada o en una posición injusta. Entonces, respondes con agresiones pequeñas e inexplicables (como por ejemplo, los clásicos estados de Facebook “al aire”).
¿Por qué se da esto? En lo personal, creo que el detonante es la falta de asertividad para manifestar lo que nos molesta. Asociamos mostrar disgusto con discusiones y polémicas, cuando no tendría por qué ser de esa forma si sabemos cómo exponer nuestro punto. Como consecuencia de este “silencio”, vamos acumulando resentimiento por cosas que en verdad no lo ameritan. Y este se incrementa cuando “alimentamos la bestia”; ya que en el momento de compartir con nuestros afectos, sólo disfrutamos de su valiosa compañía. Es por ello que conversar todo lo que nos pasa es la clave de una relación sana y feliz (libre, dicho sea de paso, de esas reacciones bipolares e inexplicables).
Y tú, ¿padeces del síndrome de enojo tardío?