¡Sólo de recordar ese momento, mis ojos se llenan de lágrimas! La emoción me inunda y esbozo una sonrisa.
Estando en la Universidad, me enamoré perdida y locamente de mi ex pololo, con quien éramos compañeros de carrera. Un hombre que con sólo verlo me estremecía todo el cuerpo, mientras mi mundo cambiaba por completo. Era como si de la tierra llegara al cielo en un par de segundos. Su nombre era Carlos, y era hermoso, verdaderamente lindo por dentro y por fuera. Blanco y de ojos cafés, usaba lentes y era alto, rellenito. Su forma de ser inundaba por completo mi ser, con su dulzura infinita y su conducta generosa. ¡Era el hombre más desprendido que conocía!. Una mezcla entre niño y adulto, con carácter fuerte, valiente y jugado, pero muy tierno al mismo tiempo. ¡Además era artista! Cantaba y tocaba guitarra como los dioses, jeje. ¡Y a mí que me enamora la música!
Ese hombre de un día para otro cautivó mis sentimientos sin que me diera cuenta; simplemente sucedió. Y lo mejor es que primero fuimos muy buenos amigos. Nos conocíamos en todo: nuestros secretos, aventuras, los defectos y virtudes. Él era consciente de mi mal genio y a pesar de eso me aceptaba sin querer cambiarme. ¡Era un verdadero encanto!
En un principio me costó mucho aceptar que me pasaban cosas con él, pero luego me dejé llevar por mis sentimientos más profundos. Ya no podía engañar a mi corazón. Estaba profundamente enamorada. Jamás sentí un amor como aquel; era lo único que sabía. Revolucionó toda mi vida con su mezcla de pasión y ternura. Carlos era lo que siempre había esperado, para mí lo era todo y deseaba que nunca nos separáramos.
Comenzamos a andar en ese tiempo y me sentía plena a su lado. Contenta, porque él me hacía sentir completa, me escuchaba y a pesar de cualquier cosa siempre estaba a mi lado. Junto a él nada me faltaba y todos mis problemas se desvanecían con un dulce beso de sus labios. Él me protegía.
Un día en la tarde fue a buscarme a la U. Yo estaba sola en el segundo piso; me gustaba ese lugar, era para mí como un refugio. Y ahí lo vi llegar entero ¡mino!, exquisito, un verdadero bombón; con su tez blanca que me fascinaba y sus cachetes redonditos. ¡Lo adoraba con todo mi corazón!
Me saludó con un beso y una flor. Mirándome con dulces ojos, dijo: "¿Quieres pololear conmigo?". ¡Imagínense amigas!; casi me da un ataque... pero de amor, romanticismo y euforia. Recuerdo que me coloqué roja, como un tomate. Mi corazón estaba a mil por hora y sonreí desde el alma. Obviamente respondí con un "¡SÍ!"
Esa escena permanece siempre fresca en mi memoria, aún cuando él ya no está conmigo. Se fue de este mundo, pero siempre está presente en mi corazón y mis pensamientos. Y les juro que ese día fue por lejos ¡el mejor de mi vida!. Lo seguirá siendo toda mi historia, porque lo amaré eternamente. Aunque pasen años e incluso siglos, recordaré el calor de sus brazos, el sabor de sus labios y las múltiples huellas que dejó en mi vida... Y reviviré en mi mente la dulzura de aquel momento, hasta que volvamos a encontrarnos...