Hay días en que nos levantamos con el pie derecho y todo nos resulta de maravilla. Los pájaros cantan, el viento sopla y parece que caminas sobre algodón de azúcar. Sentimos un ánimo increíble, tanto así que nos dan ganas de decirle “buenos días” a cada persona que nos encontramos en la calle.
Pero seamos sinceras: esos días son los menos. Y es que levantarse temprano y transpirar como si estuviéramos en un sauna le arruina las buenas intenciones a cualquier persona. Nos movemos como zombies, esperando a que la jornada termine. Es por esta y muchas otras razones que los pequeños milagros, o pequeñas cosas increíbles, son tan importantes en nuestra vida. Y una de estas pequeñas maravillas me ocurrió hace poco.
Tenía que emprender mi regreso a casa cuando recordé que no me quedaba dinero suficiente en mi tarjeta Bip!. También recordé que ese día me las di de golosa, y había gastado casi todo mi efectivo en un rico almuerzo (¡no me arrepiento de nada!). Resignada comencé a contar las monedas y bajé hasta la boletería del metro cuando, de pronto, los veo: dos hermosos billetes verdes justo frente a mí.
Miré a mi alrededor: nadie se había percatado. Me agaché, los recogí y cargué mi tarjeta. ¡Qué maravillosa sensación aquella que sientes cuando encuentras dinero en la calle, y justo cuando más lo necesitas! Pensarás que era una cantidad muy pequeña, pero yo recibo de buena gana cualquier regalo que el universo tenga para mí.
Recuerdo con especial cariño (y emoción) una vez que me encontré 20 lucas en la micro. Sí, ¡20 lucas! Debo confesarte que me sentí mal por la persona que las perdió, pero entonces pasé al mall a comprar un gordo y reluciente libro, y se me pasó.
Y tú, ¿te has encontrado dinero en la calle?