Todas tenemos una que otra maña exótica, pero este asunto es algo que ¡me saca de mis cabales! Así como tú te vuelves loca cuando ves a tu enemiga mortal coqueteando con tu pololo o cuando encuentras la polera que te acabas de comprar con un 50% de descuento, a mí simplemente me saca los choros del canasto cuando toman mi ropa, sin preguntar, ¡y osan ocuparla!
La sangre me comienza a hervir y me sale humo de las orejas. Para mí no hay nada más terrible que otra mujer ocupe mi polera favorita (la cual es: ¡todas!). Lo más loco de todo esto es que me sucede hasta con personas muy cercanas y a las cuales les tengo mucho cariño, como mi hermana.
Digamos que salió apurada en la mañana y tomó la primera chaqueta que encontró tirada en el sillón (MI chaqueta). Hasta ese momento no tengo mayores problemas, ya que ojos que no ven, chica que no enloquece. El problema surge cuando llega la tarde y mi hermana vuelve a casa, con mi chaqueta puesta. La veo, y antes de que pueda siquiera decirle hola, enfurezco y le digo: “esa es mi chaqueta, ¡sácatela!”
Esta locura me sucede sólo con mi ropa. No entiendo por qué, pero soy especialmente celosa con mis prendas de vestir. Si alguien toma algún libro mío, alguna crema, o incluso si alguien se come aquel chocolate que tenía escondido, no me enojo mayormente. Pero la situación toma tintes dramáticos (¡dementes!) cuando te atreves a ocupar mis jeans. Simplemente, ¡no lo soporto!
Ahora, tan pero tan loca, no estoy. Si te acercas a mí en actitud “gato con botas”, y me pides ¡por favor! que te preste ese lindo vestido violeta para la fiesta que tienes esta noche, entonces puede que acceda. De mala gana, por supuesto, pero haré el esfuerzo. Lo que sí, al día siguiente quiero mi vestido lavado y planchado.
Ni que beses a mi pololo me molesta tanto como que ocupes mi ropa. ¿Tan loca estoy?