Hace un tiempo, les hablé de las conductas de un hombre enamorado, pero ahora les contaré lo que es quizás mi mayor bendición en la vida: conocerla a ella, mi elegida. Más allá de nuestra historia en particular, quiero centrarme en un aspecto fundamental. La fortuna me sonrió, cuando pude conocer, disfrutar y hacer crecer día a día al amor verdadero, el amor de mi vida.
Cuando conocemos a alguien, todos tenemos la ilusión de que sea “la persona” que nos acompañe para siempre. Ok, existen algunos (as) que se toman todo a la ligera, pero no estamos hablando de touch and go ni de quienes acumulan experiencia amorosa como si fueran kilómetros para cambiar por viajes. Me refiero a quienes involucramos pensamiento y sentimientos desde el inicio, los que actuamos de buena fe, aunque a veces, los costalazos duelan y harto.
Conozco personas que lamentablemente, no han tenido esa buena estrella, todavía. Han pololeado, se han ido a vivir con sus novios/as y de repente todo se acaba. Más aún en estos tiempos, donde prima la cultura de lo desechable, vivir con el amor de tu vida es una verdadera bendición.
Soy de esos afortunados y le agradezco a Dios todos los días por ello. Me levanto cada día a su lado, vivimos en las buenas y en las malas, en la riqueza y la pobreza, en salud y enfermedad, uno al lado del otro y con nuestro hijo, por supuesto.
Disfruto cada momento a su lado y a veces, cuando discutimos (porque sí, pasa, se discute y se pelea, nada que ver con el falso prototipo Disney del “y vivieron felices para siempre…”) siento una estaca en mi corazón. Pero, cuando estamos bien, aún me siento flotar en el aire. Ella es lo mejor que me ha pasado en la vida y con quien quiero seguir compartiendo mi camino, hasta que mi tiempo en la tierra se acabe.
Como les dije, me considero un bendito, un afortunado por ello. Si a usted le ha pasado, ¡felicidades!, viva su amor y hágalo crecer día a día, ya sea con gestos románticos o con una preocupación total por el bienestar de su amada/o y si no, tenga paciencia. Todos pasamos por momentos donde pensamos que nadie era para nosotros o sencillamente se nos iba el tren. Insisto, ¡paciencia!, el amor siempre golpea a la puerta, pero traten de que sea “amor del bueno”. Sólo debes ser tú misma para ser amada. Nada de cambiar, de ocultarse ni menos apocarse. Ese amor vendrá a ti y serás tan feliz como yo.