Antiguamente era bastante común -y correcto- que una pareja llegara virgen al matrimonio -o al menos la mujer-. Lo anterior se relacionaba con la regla cristiana que castigaba las conductas sexuales antes del casamiento, y las tachaba como un pecado.
Hoy día, son muy pocas personas que se mantienen invictas hasta el día de su boda y, además, a muy pocos les interesa casarse. Y si lo hacen, un número mucho menor oficializa su amor a través de la iglesia. Es por lo mismo que vale cuestionarse si existen parejas que esperan hasta el matrimonio para acostarse.
La respuesta es sí, existen. Sin embargo, si antes -desde mediados del siglo pasado hacia atrás- esto era una regla general, o al menos se fingía virginidad para quedar bien, hoy sólo son los más apegados a la religión católica, evangélica y mormona quienes lo hacen.
Conozco el caso del hermano de una amiga que era muy evangélico. Como es de esperar, estaba emparejado con una niña de su misma religión. Se casaron a los 22 años -de seguro no aguantaban las ganas- y duraron tres años casados. Tuvieron dos hijos. Además de la polémica luego de la separación, fue ella quien se quedó al cuidado de los niños y confesó que tienen prohibido usar cualquier método anticonceptivo.
Más allá de ejemplos de extrema religión y casos del siglo pasado, es difícil enfrentarse a este tipo de situación. Por suerte la mentalidad se está ampliando a pasos agigantados y entre las nuevas generaciones, el machismo va dejando menos rastro (hasta casi desaparecer, o al menos es lo que espero).
Es por ello que la virginidad ha dejado de ser tema para muchos. Ya no es un tema de libertinaje y rebeldía no llegar virgen al matrimonio. Además, no casarse es un tema de libertad que - a mi modo de ver - amplía los horizontes del amor.