Cuando era pequeña y aprendí a escribir, adquirí mi propia forma de tomar el lápiz, la cual me es totalmente cómoda. Lo sujeto entre los dedos pulgar, índice y medio, poniendo el anular y meñique en posición de descanso. Mi profesora jefa siempre quiso cambiar esa costumbre e incluso mi mamá me hizo ejercicios para usarlo “como corresponde”; pero no hubo caso. Yo estaba bien así y era lo único que importaba. Es más, nunca entendí la controversia que causaba el asunto.
Lo cierto es que ya mayor, desde mis años universitarios, la gente se fija en mi peculiar forma de tomar el lápiz como si fuera una tremenda anomalía. Me lo han hecho notar compañeros, profesores y personas en general. ¡Incluso cuando me suscribo a algún servicio!. Esta situación se ha repetido tantas veces, que llegué a perseguirme sola cuando escribía algo delante de un tercero. Me sentía incómoda, firmaba a la rápida o daba excusas antes de que me las pidieran. “Nunca aprendí a tomar bien el lápiz”, sonreía avergonzada.
Hasta que un día reflexioné al respecto y llegué a la conclusión de que esta particularidad sólo me incumbe a mí. No estamos hechos en serie y si me hace sentir cómoda, pues bacán. Sencillamente, no pienso cambiarla (lo que no quita que siga escribiendo raudamente ante la presencia de ojos curiosos, sólo para evitarme una que otra broma tonta).
Y tú, ¿tienes algún sello extravagante que te distinga del resto?