- ¿Qué tal?
La pregunta, totalmente mecánica y formulada más por cortesía que genuino interés, es respondida de modo igualmente automático. - “Bien”, decimos, aunque esto no sea tan cierto.
Pero a veces sí tenemos ganas de conversar y exteriorizar las preocupaciones. Estamos particularmente elocuentes, por lo que la pregunta se presenta como la oportunidad perfecta para el desahogo. Es entonces cuando notamos ciertos “detalles” en el interlocutor. Por ejemplo, su evidente distracción ante lo que comentas.
Me ha pasado con personas cercanas - que se pierden en los pormenores de la novela de turno - o que te miran en forma extraviada, como si no acabaran de comprender lo que dices. Y claro, se entiende. Sí, porque a veces la mente es tan parlanchina, que cuesta trabajo acallarla. Sin embargo: ¿para qué nos lo preguntan, si en verdad no quieren oír la respuesta?. Propongo reemplazarla por el “me alegra verte” o “¿llegaste bien?”, para así acotar las posibilidades.
Aunque seamos honestas: todas hemos caído alguna vez en el comodín de preguntar “¿cómo estás?”, en circunstancias que no tenemos tiempo de oír la respuesta. Quizás deberíamos dárnoslo y realmente interesarnos en lo que se nos diga. Y en la contraparte, intentar responder con un comentario más amplio que el “bien”. ¿Quién sabe? Podrían surgir diálogos bastante entretenidos sólo con la disposición de escuchar y entender. ¡Te invito a hacer la prueba!.