A pesar de que prefiero el calor al frío (ya te había contado que soy ¡súper friolenta!), hay algo acerca del otoño que me encanta. Es como si trajera consigo cierta melancolía y tranquilidad que me llama a descansar y a reflexionar un poco más.
No es que me deprima ni nada por el estilo, aunque sí prefiero estar más en casa. Excepto, claro, cuando miro por mi ventana y veo un hermoso día nublado. Hermoso, por supuesto que sí. Lo más increíble de los días nublados es que, primero, no hace ni mucho calor ni mucho frío. Es ese maravilloso punto intermedio que llegamos a anhelar después de un verano tan caluroso.
Además, sientes un suave vientecito acariciando tu cara. ¡Qué delicia! Vas pisando las hojas secas una por una, porque tanto a ti como a mí nos encanta ese sonido que hacen cuando crujen. Pero debo admitir que lo más increíble de los días nublados es su soledad. ¿Has notado que nadie anda por las calles cuando las nubes se asoman un poco?
Y entonces puedes caminar tranquila, porque nadie te ve. O por lo menos a mí gusta eso: las calles vacías, el viento, las hojas y unos tonos grises que te transportan a la más triste de las películas (pero hermosa como ninguna otra). ¡Así de mágicos son los días nublados!
Y tú, ¿encuentras increíbles los días así?