(vía Claudio Sepúlveda)
En estos días, todos hablan de la enormidad que ha avanzado Chile en estos doscientos años de independencia, y pocos recuerdan que los mismos problemas que, en 1810, eran el gran tema a resolver, siguen siéndolo hoy. La pobreza del paisaje urbano tradicional, la indigencia, el arribismo y la ignorancia persisten, le guste a los optimistas o no.
Vivir el Bicentenario, para mí, significa contribuir -aunque sea con pequeños gestos- a que esas brechas sean cada vez más difusas. Al igual que pasa con las personas, un cumpleaños no tiene sentido si no maduramos en el camino.
Si haces un asado de proporciones bíblicas y te sobra carne, siempre hay un anciano en la esquina de Diagonal Paraguay con Portugal que agradecerá esas sobras que finalmente botarás. Cuando viajes a la playa o a tu parcela, evita dejar todos los electrodomésticos conectados en casa, ya que no los usarás y la energía es vital en estos tiempos. Aprovecha los descuentos dieciocheros en las librerías nacionales y si tienes amigos de cumpleaños, regala un libro en lugar de un vino.
No todos los problemas que vivimos son lo que lees en los diarios o revistas. En varios de ellos, sí tenemos el poder de cambiar las cosas, y crecer como sociedad y como nación. ¿Qué mejor regalo podríamos darle a nuestro querido Chile en su Bicentenario?