Los chismes son más comunes en las pequeñas sociedades donde la gente se conoce más. En una vecindad, en un pueblo, en un trabajo. Si haces una buena acción la gente te aplaude, habla bien de ti, pero pronto se olvida. Sin embargo de un chisme jamás.
Todo lo que rumoramos de alguien siempre será más malo que bueno. El chisme es mal intencionado, vulgar, feo y se da, porque nos acostumbramos a vivir del qué dirán. Sobre todo, porque tenemos la maña de estar pendientes de las vidas ajenas.
Un chisme es mortal por su forma de “transmisión” la cual algunos científicos han catalogado como la enfermedad de “contagio multiplicado por transferencia” más peligrosa de todos los tiempos. No obstante, nos gusta, nos deleita, nos distrae y nos hace reír, pero jamás nos hace crecer como persona.
Más allá de lo picante que nos pueda resultar, nunca debemos olvidar que esa habladuría tiene una sola finalidad: amargarle la vida a alguien. El rumor hiere, daña. Y seamos sinceros, muy pocos se salvan de esa peste. “El chisme es como una avispa; si no puedes matarla al primer golpe, mejor que no te metas con ella” decía Bernard Shaw.
El rumor alcanza su grado máximo, cuando se propaga por los medios de comunicación. Es cierto. Los periodistas tenemos una buena parte de responsabilidad en este cáncer. No en vano a las revistas de farándula, a los programas de televisión o a los espacios radiales les interesan más los pormenores de la vida privada de un actor que, ni siquiera veremos en nuestra vida, que la promoción de los valores humanos.
Así que a la hora de abrir la boca, pregúntese qué cosa buena va a decir sobre esa persona, si no, ¡mejor no diga nada!