Hace tiempo que tengo la idea de hacerme un tatuaje, pero de pura cobarde no me he animado. Mi tolerancia al dolor es muy poca y me da susto llegar y que me pinchen con esas agujas. Soy tan alharaca que a veces pienso que no lo soportaría.
Más encima, me han dicho que los lugares del cuerpo en los que me tinca hacérmelo son los más dolorosos, porque son zonas “más huesudas”, como el final de la espalda, la muñeca y a un costado del cuello. Sin embargo, después de mucho meditarlo -pensé- qué tontera. Si quiero tanto un tatuaje, voy, me aguanto y me lo hago. Ahora sólo me falta encontrar el diseño perfecto -tiene que ser chiquitito y sencillo, pero significativo- y un lugar que me de confianza.
Me gusta la idea de tener esa marquita personal por el resto de mi vida; y cómo este será mi año de pequeños cambios, sería un buen logro superar ese miedo y lanzarme no más. Así, cada vez que lo mire me voy a acordar que el 2011 fue el año en que decidí atreverme y podré borrar un punto más de mi lista de “cosas que hacer antes de cumplir 30”. Sé que suena estúpido, pero simplemente es algo que me gustaría contar en mis 20 y tantos.