Por Carlos Krumel
Intriga y da vértigo al mismo tiempo. Lo digo por experiencia propia: la cartera de mi polola es peligrosa. Ojalá nunca hubiera buscado mis llaves allí. Entre cierres y bolsillitos de dudoso uso me perdí y navegué por largos minutos en esta especie de bolso que parecía no tener fondo.
Encontré cosas extrañas: un pañuelito desechable, sólo uno; tres muestras de cremas a medio acabar; un par de colets de color adolescente; dos sachet de champú con un pedazo de revista pegada; innumerables boletas de tiendas que ya no existen; un lápiz delineador sin punta y hasta una cuchara chica.
¿Y mis llaves? A estas alturas mientras rebuscaba, se oían monedas sueltas y aparecían billetes de escasa denominación caídos de una obesa billetera, que no me atreví a abrir más, por temor a encontrar cosas como tiras de remedios, pero sin ninguna pastilla.
No quiero juzgar el desorden en el interior de una cartera como la de mi polola, porque ella sí lo entiende. Tras dos zangoloteos cayeron mis llaves. Parece que esa es la técnica. Así, ahora cuando quiero encontrar algo, ya no lo busco de a poco. Simplemente zamarreo, abro y encuentro lo que buscó. ¿No será magia?