Los números no son lo mío. En tercero medio pasé matemáticas con promedio rojo. Mi profesor me tenía tanta buena que siempre trataba de ayudarme regalándome décimas, poniéndome firmas en el cuaderno y puntitos por el esfuerzo. Claramente, eso no ayudó en nada. La realidad es que en matemáticas soy mala, ñurda, un cero a la izquierda, llámenlo como quieran. Lesa, puede ser.
Soy de esas personas que nunca cacha cuánto vuelto tiene que dar o recibir. Aunque mucho de eso es por flojera, estoy acostumbrada a que mis amigos saquen las cuentas por mí y no me queda otra que confiar. Con decirles que lo poco que sé lo aprendí en un año de preuniversitario y sólo porque no me enseñaban a razonar, si no que te dan las fórmulas para hacerlo rápido, por lo tanto, como no tenía que pensar nada y el trabajo era más bien mecánico, pasé la P.A.A con un puntaje bastante decente (610 puntos), considerando mi trayectoria en esta asignatura.
En definitiva las matemáticas siempre han sido y serán mi pesadilla. Desde aquel primer rojo de toda mi vida, un 3,8 en sexto básico, nunca más se me olvidó, porque ese fue el día en que no pude dar pie atrás. Me convertí en una persona que no sabe dividir por dos números y a la que ya se le olvidó cómo hacer una ecuación compleja.