Foto vía .bravelittlebird
Soy una inconformista: en verano extraño mis abrigos, mis botas y mis chalecos gruesos. Cuando llega el clima frío, soy feliz porque al fin puedo pasearme con todas mis prendas más abrigadoras. Pero pasa un mes y el frío me aburre y sólo quiero que sea verano, porque echo de menos mis falditas cortas y mis sudaderas ajustadas.
Entonces, en pleno invierno, con el agua hasta las rodillas, aclamo por el verano, para sacar mi colección de lentes de sol y lucir mis piernas doradas de playa. En este preciso momento, lo único que quiero es que sea noviembre, que haga calor. Para, una vez más, hacer un recambio en mi closet: salen las mangas largas y entran las mini prendas veraniegas.
Lo terrible es que sé que en febrero ya estaré aburrida de las sandalias y de las prendas coloridas. Me pasará el mismo estúpido trauma, pero al revés: comenzaré a echar de menos mis bufandas, mis accesorios de invierno y estar arropadita en cama con la estufa en máximo.
Sé que es una tontería, que se potencia cuando salgo a vitrinear y veo los avances de temporada de verano. Los top me seducen "cómprame, cómprame" me dicen. Y sé que faltan seis meses para el calor rico, pero igual caigo redondita y compro ropa que pasará meses dentro del ropero. Como si eso me adelantara en algo el verano. Qué ilusa.