Foto vía tkamenick Me encanta leer, estudiar historia, fijarme en las curiosidades de las palabras, escribir lo que pienso. Soy humanista y no hay mucha vuelta que darle. Aún así, me gustan las matemáticas. Son tan lindos los números, tan perfectos y explican tan bien el mundo. Eso sí, no siempre los amé. Llegué a ellos por una revelación, gracias a la que prefiero desarrollar facsímiles de matemáticas que ver Los Simpsons.
A los 13 años yo era lo más porra del mundo, pero –cosa rara- pololeaba con un niño demasiado mateo. Era seco, participó en las Olimpiadas Nacionales de Matemática y cuando dio la PAA sacó 813 en esa área. Todavía me acuerdo que me saqué un rojo en una prueba de ponencias y él me explicó cómo funcionaban. Era tan simple y tan bonito. Desde ese día que me volví loca por los números. Aunque me gusta la filosofía de las matemáticas, nunca le di a física o a química, por lo que no me dio el cuero para estudiar alguna ingeniería y terminé en una carrera ligada a las letras. Sin embargo, descubrí que desde esa vereda igual podía acercarme a mi oculta pasión. Entonces en mi volada más ñoña, me apasioné con documentales, libros y cuentos en los que la lógica matemática se hacía presente.
Mi último hallazgo es un artículo que dice que es posible calcular matemáticamente muchas situaciones de la vida, como el efecto de ver más guapa a la gente cuando uno está ebria o la procrastinación. Incluso, el trasero perfecto puede calcularse con una fórmula. Con esto, cada día me doy más cuenta de que las matemáticas son la matrix del universo. Quien entienda los números, entenderá todo. Menos mal me gustan y nos llevamos bien. Bacán.