Suelo ser bastante mala onda en lo que se refiere a compartir cosas que me gustan con desconocidos, por ejemplo la música. Soy de las que siempre necesitan un tiempo extra de observación para desentrañar a la persona en cuestión. Descubrir sus gustos, saber si acaso tenemos algo en común y finalmente: decidir si vale la pena invertir mi tiempo en su “evangelización” -entiéndase por “evangelización” como el acto de predicar los estamentos de la melomanía-.
Tampoco quiero que piensen que ando por la vida evangelizando a cualquiera por la senda del buen gusto musical, simplemente detecto a un par de elegidos con los cuales creo que vale la pena compartir mi abanico musical para, por un lado ampliar sus horizontes y por el otro, ganarme el cielo de los melómanos junto a Santa Cecilia de Roma. Confieso que hacer entender a cierta gente que existe vida más allá del mainstream es uno de los grandes placeres de la vida y su agradecimiento, por hacerles ver la luz, es un dulce néctar a mi reducido ego.