Continuando con el homenaje a la infancia, hoy quisiera hacerle un homenaje al primer amor. Porque, quién puede olvidar esas primeras cosquillitas en la guata, como si fueran mariposas a punto de salir por tu boca para hacerte volar por un rato... yo creo que nadie. Al menos yo, aún recuerdo perfectamente a mi primer pololo y me salen suspiros y risitas cuando pienso en él. Aquí les comparto mi historia.
Cuando era chica vivía en un condominio de diez casas, efectivamente todos nos conocíamos y acostumbrábamos a jugar juntos. Mi chico vivía en la casa cinco y yo, en la diez. Desde siempre él estuvo interesado en mí, pero yo, queriéndome hacer la difícil (seguro de tanta teleserie que veía pensaba que así debía ser) hice que me suplicara que fuéramos pololos. Por lo que, a la primera, segunda, tercera y cuarta le dije que no, pero mi hermana mayor me aconsejó no romperle el corazón por lo que accedí a que fuéramos amigos, así empezó el amor.
Lo primero y más lindo que hicimos fue entablar un correo diario, él me dejaba una carta debajo de la puerta de mi casa y yo le respondía con otra, hasta que decidimos comprar un cuaderno e irlo dejando en la casa del otro cada vez que había una nueva correspondencia. Otro ritual de “amigos” que teníamos era vernos a las 17 horas, todos los días, en el garaje de la casa tres (que quedaba un poco escondida) y darnos un beso en la mejilla, OJO, era sólo en la mejilla, luego cada uno regresaba a su casa y continuaba con su tarde. Él me llenaba siempre de regalos, osos de peluche, chocolates y cartas perfumadas con su colonia (sí ahora suena tan divertido). Yo, poco a poco iba accediendo a que fuera mi pololo, hasta que un día le dije que sí y nos dimos un beso en la boca, el más tierno del mundo.
Al año siguiente nos mudamos con mi familia, pero diez años después, cuando ya estábamos en la universidad nos reencontramos, nos tomamos un café y fuimos felices recordando lo tiernos que éramos.
¿Alguna historia con tu primer amor que nos quieras compartir?