Independiente de si les gustara o no, la muerte de Felipe Camiroaga no ha dejado indiferente a nadie. Que haya sido uno de los rostros más reconocidos y carismáticos de la farándula nacional, su empatía y su humor, sólo suman atributos para que estemos consternados por el accidente ocurrido el viernes en Juan Fernández, que aún lo tiene desaparecido .
Todavía me cuesta imaginarme que no lo veré más en televisión. Me considero una más de sus fans. En lo particular, he seguido casi toda su trayectoria, digo "casi" porque lo más probable es que se me olvide alguno de sus proyectos por ahí.
Vi sus primeras incursiones dramáticas en las teleseries Jaque Mate y Rojo y Miel, y su animación en el Extra Jóvenes, cuna de la que aparecieron muchos animadores que hoy vemos muy bien instalados en la televisión. De sus infinitas apariciones, la que más me gustó fue en el programa Pase lo que pase. Con Karen Doggenweiler hacían una dupla única, bien difícil de igualar. Su sentido del humor, sus imitaciones y sus personajes, especialmente Luciano Bello, me sacaron infinitas carcajadas. Su participación como animador del Festival de Viña y del Buenos Días a Todos, no hizo más que consagrar su carrera profesional, como lo recordaremos siempre: el principal comunicador chileno.
Saber que tanta gente lo recuerda y habla de él con mucho cariño, no lleva más que a confirmar que Felipe Camiroaga fue un gran hombre que marcará la historia de la televisión en Chile. Destacó su profesionalismo y la empatía que transmitía, su defensa por los animales y su convicción política que jamás ocultó.
En Fucsia siempre lo recordaremos como el guapetón que nos alegraba las mañanas.