Ha pasado exactamente un año desde la última vez que se acabó el mundo. Cada cierta cantidad de tiempo surge alguna predicción (de dudosa o tergiversada procedencia) que anuncia el fin de los tiempos casi con precisión científica. Por supuesto, nunca algo pasa.
No comprendo bien el afán que tiene la humanidad (o la secreta esperanza) de verse protagonizando una película hollywoodense con efectos especiales de última generación. Anhelamos ser perseguidos por zombies hambrientos, fotografiar meteoritos en caída libre o ser bombardeados por hostiles alienígenas. ¡Y por supuesto, salvarnos heroicamente, piloteando naves o manejando armas casi por instinto! ¿Por qué, en lugar de disfrutar los desafíos cotidianos, vivimos inventando hecatombes? ¿Tan plana nos parece la vida? ¡Pero si es chorísima! De nosotros depende transformarla en una experiencia grandiosa y adrenalínica. ¡En fin!
Lo cierto es que me sorprendió la larga data que tiene este afán apocalíptico. Desde el origen de la cristiandad ha habido personajes que sacando enrevesados cálculos agenda – y tras el fracaso, reagenda – nuestro exterminio. Mi apocalipsis histórico favorito es aquel en que las gallinas ponían huevos escritos, anticipando el desastre (Leeds, Inglaterra; 1806). El pánico arreció en los alrededores, pero acabó cuando descubrieron al dueño de las aves insertándolos en el interior de las pobrecitas. ¡Cuek!
Recuerdo los años 1999 y 2000, periodos de fiebre apocalíptica desatada. Por aquel entonces era yo una adolescente aterrada al oír no sólo a mis jóvenes pares, sino también a respetables adultos, preparándose para el fin de los tiempos: terremotos de ocho horas, asteroides gigantescos y hasta un colapso cibernético comprendían el catálogo de desastres. Al final nada ocurrió. Y nadie me devolvió las horas que pasé angustiada imaginando lo peor. Para el año 2012 – y teniendo ya un hijo pequeño – opté por lo sano: planifiqué en esta negra fecha las vacaciones (así lo distraería del ánimo exaltado). Fue una idea increíble: mientras todos contaban los días para el exterminio, nosotros lo hacíamos para el ansiado descanso. ¡Genial!
En definitiva, estoy cierta de que vendrán muchos apocalipsis más (para delicia de los adictos a la adrenalina) pero no es malo tener en cuenta que hasta la NASA realizó un video explicando por qué la esperanza de muchos tiene bajísimas probabilidades de concretarse. Se los dejo.
Y para terminar, una entretenida canción, conmemorando un año de nuestro último fin del mundo (considerémonos afortunadas sobrevivientes).