Simplemente mágico. No todos pueden darse el gusto de respirar una exquisita brisa marina - ni menos poder mojar sus pies en el oleaje playero - los 365 días del año. Estas son las ventajas de ser porteña, nacida y criada en Valparaíso: he aprendido a valorar lo hermoso de la naturaleza.
La luna y el mar se mezclan de manera perfecta, mientras unas olas increíbles adornan ese precioso azul. Es un momento sublime: mi refugio de problemas y el perfecto escenario de pensamientos más profundos. Ya sea sola o acompañada, el silencio es crucial para disfrutar de los feroces rugidos del mar. Son momentos en que todo parece ir más lento y las preocupaciones se olvidan.
Es sacarse las sandalias y echar a volar la imaginación. Para mí, es el lugar perfecto para desenredar mi maraña mental. A la luz del atardecer, pude sacar conclusiones y decisiones que nunca hubiese podido en la comodidad de mi hogar. En caso de ir sola, es el momento idóneo para conectarse consigo misma y realizar un análisis exhaustivo de la vida.
Si vas acompañada, ¡aprovecha el atardecer al máximo! Sella tal regalo de la naturaleza con un beso, un pacto de amor exquisito del que el mar será cómplice y el sol, testigo predilecto. El viento también hace lo suyo. No hacen falta las palabras, ni menos declaraciones. La mirada y el paisaje hablarán por ustedes.
En lo personal, alucino cada instante. Es uno de los pocos lugares en que puedo concentrarme en lo esencial, y desconectarme de todo lo malo que me rodea. Es un momento para mí, algo íntimo, difícil de explicar. Es el paisaje perfecto para “desaparecer”. Si mi fascinación por unas simples olas te aterra, es que no has dimensionado lo maravilloso que es. La madre naturaleza hace un papel magistral.
Dicen que lo valioso está en las cosas simples de la vida y estoy de acuerdo. Mi respeto por el mar y su atrevido oleaje va más allá de lo que puedas entender. Te invito a vivir la experiencia de cerrar tus ojos y dejarte encantar por la brisa marina. Concentra tu mirada en el horizonte y piérdete en el último barco.
Si me consideras exagerada, lo entenderé. Te invito a vivirlo desde esta perspectiva: el relajo es mágico. Camina por todo el borde costero, reposando tus pies en una refrescante agua y sueña. Así al menos entendí de Pablo Neruda, cuando visité su casa en Isla Negra. Su porción de playa era su principal fuente de inspiración y su dormitorio tenía una tribuna preferencial.
El amor de Neruda por el mar, al ver tan hermosa postal, es perfectamente entendible. Se enamoró de Isla Negra, de su gente, pero por sobre todo, de su océano. De ahí es que nace su “Oda al mar”.
“No puede estarse quieto, me llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla, entonces con siete lenguas verdes de siete perros verdes, de siete tigres verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece y se golpea el pecho repitiendo su nombre”.
Y tú, ¿Qué sientes cuando caminas por la orilla de la playa? ¿Has tenido una experiencia que quisieras compartir? ¡Estaré atenta a tus comentarios!
Foto: Archivo de la autora