Esta situación me sucedió en octubre del año pasado, eran las 8 de la mañana de un domingo y de repente siento unos ruidos extraños: una especie de silbido de gas saliendo a presión y agua corriendo. Me levanto, voy al baño el cual emanaba mucho calor, veo que el espejo está empañado y el suelo lleno de agua hirviendo: ¡el termo se había echado a perder!
En ese instante solo pensé en que debía evitar que el agua siguiera inundando aún más el baño, por lo que tiré todas las sábanas sucias y toallas que encontré (incluyendo las limpias) al suelo. Luego llamé a mi superheroína: la conserje de mi edificio, ¡sabía que ella me podía ayudar! Ella me pasó el número del técnico, el cual me contestó de inmediato (¡gracias a Dios!) y me dio las indicaciones para cerrar la llave que daba paso al agua.
Después de la primera etapa de caos abrí las ventanas del departamento, ya que el calor y el vapor que había emanado el agua caliente las había empañado absolutamente todas, por lo que debía evitar que la temperatura se concentrara, afectando incluso al piso flotante.
Tras este terrible situación estuve un mes sin agua caliente, pues el costo de un nuevo termo era muy elevado. Todavía había mañanas frías en que simplemente me tenía que bañar con agua hervida en el termo y en ollas para que alcanzase a lavarme todo el cuerpo y el pelo. La situación fue una lata, ya que me debía levantar más temprano para alcanzar a juntar toda el agua que necesitaba; más de una vez me quemé porque estaba muy caliente y las mañanas frías hacían aún peor todo el ritual.
Al final de cuentas logré comprar un termo nuevo y después de una hora de larga (y costosa) instalación volví a tener agua caliente y la gran lección que tuve fue: hay que realizar la mantención del termo una vez al año. Así no tendrán que despertarse una tranquila mañana de domingo con la mala sorpresa que su termo de agua caliente se ha echado a perder.
Imagen CC rodrigoferrari