Empecemos por prometer no mentirnos y ser sinceras con nosotras mismas: lo cierto es que hay cosas que decimos que "no importan", pero en verdad lo hacen y más de la cuenta.
Seamos realistas. Que tu suegra llegue de improviso, tu jefe te llame a las 12 de la noche, o una abuelita te quite el asiento en la micro son cosas que sí nos importan, pero no son terribles. Somos unas damas: ponemos una sonrisa dulce y lo dejamos pasar. Quizás también ocurre cuando tu hijo deja la bolsa del té sobre la mesa sin mantel o los papeles de dulce en medio de las plantas; cuando el marido deja la toalla en el suelo o los calcetines por cualquier lado.
Pero hay otras cosas que nos importan en extremo y las callamos, las disimulamos o eludimos la responsabilidad social de admitir que algún efecto producen en nosotras. Esta actitud se repite más de lo que creemos en nuestro diario vivir, en cosas simples como que la polera te quede un poco más corta de lo óptimo y - si tu amiga te lo hace ver -, puedes decir "no me importa"; pero estarás tirando hacia abajo tu ropa hasta que quede en el lugar en que deseas que esté. Pero también se da en cosas complejas, como cuando recibes el anuncio de que un ex —amigo, pololo, jefe, compañero— con el que tuviste algún tipo de roce viene a trabajar en la misma oficina que tú, que los primos del amigo de tu marido vengan desde el sur a quedarse en tu casa o que te pidan prestado dinero todas las semanas.
Intentaremos poner la mejor de las caras para no mostrar nuestro descontento, pero en el fondo nos sentiremos incomodas, ajenas e incluso un poco distraídas por aquello.
No puedo desviar de mi mente la sensación de qué hubiera pasado si digo que me molesta, ¿habría cambiado algo? ¿Hasta dónde podemos aguantar “eso” que nos afecta únicamente por decir que no nos importa? Y lo peor ¿cuáles serían las consecuencias de ello?
Todos tenemos un nivel de tolerancia, de respeto propio y —si lo quieres ver así— de orgullo. No todas las cosas nos llegan de la misma forma. Todo dependerá de cuán sensible seamos a aquello que decimos que no nos interesa. Pero debemos ser conscientes que una seguidilla de negaciones puede llevarnos a perder el equilibrio o peor aún: explotar por acumulación.
¿Somos capaces de identificar aquello que negamos que nos afecta, de aquello que simplemente no importa? No se trata de andar por ahí diciendo todo lo que nos molesta, pero sí hay cosas en que debemos ser valientes y rayar la cancha, por nuestro bien y por el de los demás. Sin duda no será un trabajo fácil, quizás necesitemos ayuda, o sea un proceso que tome algunos días, pero te aseguro traerá paz a tu corazón y a tu mente.
A modo de desahogo, hagamos el ejercicio: piensa en aquellas cosas que estas obviando por cortesía. Ahora, piensa en cuáles serían las consecuencias de que ya no las aceptes más…
Y bien, ¿lo decimos o no?
Imagen CC josemanuelerre