Antes de que me reten, quiero aclarar una cosa: Me refiero al agua potable de Santiago. Realmente es una de las cosas más desagradables e intomables que he bebido en mi vida.
Soy una orgullosa penquista, criada bajo el alero de la gloriosa y pura agua provinciana del centro sur, y quiero decir que es cierto que el agua en cada región es distinta. Pero es que en esta ciudad no es posible que parezca que estoy tomando un vaso de cloro.
Hasta el café y el té se arruinan con esta agua y se puede apreciar a simple vista como arruina la grifería y los hervidores. Además, desde que llegué mi piel y pelo se estropearon a niveles catastróficos (¡Con lo que adoro y cuido mi pelo!).
Por lo mismo, para no morir de deshidratación ni sufrir un colapso nervioso, en mi departamento tenemos instalados filtros de agua en la cocina y en las duchas. Debo admitir que no es igual al agua sureña, pero al menos le quita un poco el sabor a químicos y elimina los minerales que dañan la piel y el pelo.
Aún así, no logro librarme completamente de esta agua y sabor cuando voy al trabajo o visito a mi familia y amigos. Tengo claro que en algún minuto deberé enfrentarla y acostumbrarme, para convertirme en una santiaguina como debe ser, pero hasta el momento seguiré disfrutando el doble mis viajes a Concepción.
Imagen CC: Anders Adermark