Existen cosas hermosas dentro de nosotros. Cosas que están ahí escondidas, pero que tan sólo necesitan un pequeño impulso para salir y ser libres. Una de ellas es la voz. Y no la voz de tu conciencia, sino esa que te hace visible ante los demás, que demuestra cuán intensa eres y cómo respondes ante la vida. Yo amo cantar. Canto todo el día: en la oficina, en los comerciales, cuando cocino, al ir al baño y en el supermercado.
Me gusta cantar en el “súper”. Y no es por el hecho de cantar, sino por el sonido. Cuando lo haces, la música de los parlantes suena de fondo, por lo que es más fácil oírte. Es una especie de retorno que se traslada por los pasillos de vuelta hasta tus oídos. La gente te mira, pero no con esa cara de “mujer loca” como lo hacen cuando cantas en la micro con fonos: acá la gente también es parte del sonido, se contagia de alegría, y abren sus bocas para hacerse partícipes. Los niños sonríen, los carros se trasladan con agilidad como si fueran impulsados por las notas. Algunos mueven sus cabezas, otros los pies, pero nadie queda indiferente.
Cantar es una muestra de la libertad de nuestro ser ante y con los demás. Y si te da vergüenza por alguna mirada extraña o por ese gallito imprevisto, no importa. Te cambias de pasillo y listo. Nada mejor que hacer de una obligación una entretención.
¿Cantamos?
Imagen CC:Polycart