Todas hemos experimentado en carne propia lo antipático que resulta cuando estamos en lo mejor chateando y de pronto ¡se cae Internet! ¡Del terror!
Sí, porque podemos estar en plena charla de pareja, tratando un asunto muy importante o bien, enterándonos de un chisme realmente sabroso y ¡paff! La conversación queda interrumpida, dejándonos en ascuas y con un genio on fire. Lo peor se da cuando no sólo chateas, sino que ¡terminas un importante trabajo para el día siguiente! Ahí, ciertamente, dan ganas de emular la reacción del conocido comercial de Armonyl, pero emprendiéndolas contra el módem.
Estamos realmente ofuscadas, con la mente nublada por la ira, cuando digitamos el eterno fono “600” de la empresa que nos surte este fundamental servicio. Y, justamente en ese estado, es que debemos además lidiar con una grabación que nos invita a digitar diferentes opciones dependiendo de la atención que queramos. En medio de la rabia, frustración y malestar, nos cuesta comprender cuál es la nuestra y nos equivocamos en marcar, lo que no hace sino aumentar nuestro modo hater.
Cuando al fin logramos comunicarnos con una persona, la pobre sufre los embates de nuestra ira contra el servicio. Si resuelve nuestro problema, puede que nos cambie el genio y terminemos calificándola bien en la encuesta que piden responder una vez que la atención termina. Si no, ¡pobre! caerán las penas del infierno sobre ella. (Usualmente una chica extranjera que poco entiende nuestros modismos).
Sí, porque podemos ser muy amables, pacientes y tolerantes, pero si se nos cae Internet - y no podemos, entre otras cosas, leer Fucsia - ¡ay Dios mío! ¡Junten miedo!
Imagen CC photosteve101