"¡Fue sin querer queriendo!" "¡se me chispoteó!" "¡cállate, cállate, cállate, que me desesperas!" ¿Quién no conoce esta existosa serie mexicana? Si cuando éramos chicas nos hacía reir a carcajadas, con los ojos pegados en aquellos televisores cuadrados de antaño y nos tenía sin querer tomar once. Todo por no perder ni un segundo de "El chavo del ocho". Explicarles la fascinación que me provoca, me parece el mejor tributo a la memoria del gran Roberto Gómez Bolaños, "Chespirito".
Y es que me encanta este programa: hasta el día de hoy me quedo ultra pegada. Es una de las pocas cosas con la que me enchufo cien por ciento en la televisión, ya que normalmente estoy cocinando, hablando con alguien o en el computador mientras veo tele, siendo ésta última más compañía que otra cosa, sin tomarla realmente en cuenta. Pero aunque esté muy ocupada e incluso si estoy con alguien que me gusta, si veo que está ¡el chavo en la tele! dejo todo de lado. De hecho, ya he recibido quejas por eso, jaja.
Inolvidables son los entretenidos capítulos de las clases del profesor Jirafales, donde el pobre a veces quedaba llorando en su mesa porque no lograban comprenderlo ni ponían atención a sus enseñanzas. Las respuestas de sus alumnos eran terribles y a nuestro querido chavito se le salía "¡el maestro Longaniza!", cosa que enfurecía al docente con su conocido "ta ta ta". ¡Increíble esa sala de clases!.
¿Y recuerdan el genial papel de Don Ramón?, ¡qué manera de reirme con sus escapadas del señor Barriga cuando le iba a cobrar la renta! Si hasta parecía superhéroe saltando por la ventana con tal no pagar.Y los infaltables golpes que recibía de Doña Florinda. El pobre siempre sufría las consencuencias de algo que nunca hizo.
Otro personaje bacán era la Chilindrina, con sus chapes inconfundibles y rostro pecoso, dejaba a todos con los pelos de punta al llorar, sus show.
No sé cómo explicar mi fijación por esta serie, lo único que sé es que me siento tan bien al verla que me hace olvidar todo, si es que tengo pena, rabia o problemas. Es increíble las sonrisas que me saca, mejor dicho ¡los ataques de risa que me provoca!. En el fondo, siento que me sumerjo en otro mundo, que me desconecta de la realidad y es lo mejor que te puede pasar en esos momentos que sólo necesitas relajarte y pasar un buen rato.
Además estoy segura de que me conecta de una forma muy linda con mi infancia; por lo mismo, me siento tranquila y feliz al sentarme a ver a todos esos personajes que me entretenían cuando era un rulito con patas.
Y bueno, si estoy alegre, mejor aún; ahí creo que los vecinos quedan con los pelos ultra parados al escuchar mis risas. Falta que vengan a tocarme la puerta, aunque por muy enojados que vinieran les apuesto a que se quedan conmigo comiendo cabritas y viendo la serie jaja.
Porque claro, es tan conocido que nuestros abuelos, papás, ¡toda la familia lo ha visto! y a muchos les debe seguir encantando. ¡Es inevitable quedarse pegado!.
Pero lejos con los que más disfruto son el chavo y Kiko. Este último, ¡me fascina con sus cachetes de marrana flaca!, lo alumbrado que es, sus llantos en las pared y su risa ¡es ultra genial!. Sinceramente, creo que me siento identificada con sus ataques, por eso me gusta tanto, jaja.
Y el chavito, nuestro querido Roberto Gómez Bolaños ¡grande! un personaje que dejó huella en muchos corazones y televidentes, por lo cual díficil de olvidar. Siempre recordaré aquel capítulo cuando al Chavo lo culpan de ladrón y se va de la vecindad, eso mezcla la entretención de la serie con un toque de ternura, enseñanza y solidaridad.
Y ustedes, ¿tienen algún capítulo favorito? ¿Qué les dejó esta serie?
Imagen CC Pollito