Si hay algo que me molesta más que se coman mi cereal, es la gente entrometida. Sobre todo cuando ni siquiera me conocen y se sienten con el derecho de dar opiniones sobre cómo me vestí el martes o si el chico con el que hablaba abrazada es mi nuevo pololo… Yo creo que lo más random que me han preguntado en este último tiempo es sobre mi sueldo y mis viajes. Sin dejar fuera claro, un montón de preguntas respecto a mi situación familiar y el color de rimmel que estoy usando.
¡Me desespera! Y de la única forma que atino a responder es con ironía. Así, ganando las batallas y cerrando varias bocas en el camino. Pero igual la duda me queda ahí… entre ceja y ceja, trato de entender por qué el vecino siempre anda mirando para el lado, inventando chismes y buscando respuestas de cosas que en realidad, no le incumben. Otra cosa que me apesta es cuando me preguntan temas de otras personas. Si me cuentan a mí y no a ellos, por algo será. No hace mucho, un grupo me tiró la caballería encima porque nunca cuento la vida de otros (¡My God!).
Encuentro que las personas se han vuelto demasiado “ásperas”, poniendo todo su interés en cosas que nada tienen que ver con ellas y se van de palabrerías a cahuines… Igual que el jueguito del teléfono que todos jugamos a los 5 años.
Una vez, una amiga estuvo metida en un lío enorme por culpa de los cahuines. Le funaron su relación y producto de eso comenzó a tener muchos problemas en la universidad. Es que lo que habían esparcido, rumor por rumor, fue tan grande que le afectó en un modo indescriptible. Luego de un tiempo ella se vengó. Así, “ojo por ojo”, igual que película gringa: dejó la “cagá” y salió victoriosa de todo el embrollo en que la metieron dos bocas que siempre debieron estar re-cosidas con hilo y aguja.
Y tú, ¿alguna experiencia que contar?
Imagen CC alemartin