Con el enunciado, no me refiero a ser “el goma” (o en mi caso “la”) del trabajo; es decir, aquel personaje que va a comprar, trae agua, paga cuentas y ejecuta aquellas labores que nadie quiere desarrollar. Tampoco me refiero a ciertas zonas de la anatomía femenina que son vulgarmente llamadas de ese modo; sino a que cuando alguna situación me ha generado dolor, enojo o decepción, lo tiendo a borrar todo. Pero ¡todo! Y con una minuciosidad escalofriante.
Así, si alguna amistad me ha dejado hasta la coronilla o me enfado con algún ser muy querido y cercano (sea por razones justas o no), tiendo a eliminar todo rastro de lo que me recuerda la situación de desagrado, sea quitando cada correo, post o tweet con sorprendente precisión o eliminando dibujos, papeles y demases. Hacerlo me provoca un extraño placer y se me torna adictivo; como si con ese simple ejercicio desapareciera - al menos por un rato - aquel recuerdo infumable.
Cuando tenía alrededor de 11 años, me enojé con mi mamá y destrocé todas mis fotos de primera comunión, donde salía ella, obviamente. Hasta el día de hoy, cuando han pasado más de 20 años de aquel hecho, me lo saca en cara. Sin embargo, volviendo atrás en el tiempo, reconozco que tal práctica me ayudó a disminuir la ira. Claro, fue un despropósito, porque ahora no conservo ningún recuerdo (salvo en la memoria) de aquella importante instancia.
Asimismo, si un periodo ha sido malo, borro cuanta cosa me lo recuerde, para así dar vuelta la página. No es una costumbre que me agrade. De hecho, he intentado erradicarla. Porque cuando la mente se enfría y puedes ver las cosas más en perspectiva, quizás un nuevo review te hará recapacitar y llegar a conclusiones importantes. Con el tiempo aprendí eso y en los últimos lustros, he procurado no destrozar ni eliminar cosas, guardando con ellas su enseñanza.
De cualquier modo, reconozco que siento la compulsión de barrer con aquellas cosas que me generan recuerdos odiosos y de esa manera me voy liberando. ¿Estaré muy loca o a alguien más le pasa?
Imagen CC Jorge Felipe González