Durante las primeras semanas de marzo, siempre vemos noticias de los problemas que se generan por la vuelta a clases y las grandes masas de gente que circulan por las calles. Si bien es una realidad con la que tenemos que lidiar, no deja de ser incómodo y hay situaciones en particular donde las multitudes se pueden volver ¡terribles!.
La primera situación digna de película de horror es tomar la micro a la hora peak. Si tienes la suerte de que pare, te subes y te encuentras con que no puedes pasar más allá de los escalones. Y ahí vas, apretujada, sintiendo la falta de aire y estresada. Para colmo, los choferes siguen y siguen subiendo gente, aunque no haya espacio y siempre hay un tipo que grita: “¡llévalos en el techo también, poh!”.
Terminas atrapada en un tumulto sintiendo manos por todos lados, pero no puedes reclamar porque en realidad no tienes claro quién es el que te toquetea. La situación es tan desagradable, que cuando crees que no puede ponerse peor, la señora al lado tuyo se pone a toser. Es ahí cuando todo explota en tu mente y piensas: "me va a dar tuberculosis, me van a manosear y me van a robar". El infierno culmina cuando tratas de bajar de esa micro, molestando a todas las personas para que se muevan y te dejen bajar, sabiendo que si te demoras mucho, el chofer va a partir y te va a dejar tres cuadras más allá.
Odio tomar micro en la hora punta. Pero hay cosas peores: intentar tomar el metro a las 7 de la tarde es ridículamente imposible si estás en una estación con cambio de línea. Tal vez es más fácil para la gente de Santiago - que tiene la costumbre de hacerlo -, pero para personas de regiones (como yo), intentar subir al metro cuando las puertas se abren y literalmente tener que empujar a la gente para lograr un espacio donde entrar sin que la puerta te parta por la mitad, es tarea titánica. Hay que tener una habilidad capitalina que no tengo desarrollada. Y eso que ni siquiera tocaré el tema de los olores que se generan a esa hora Mal.
Pero no sólo el transporte es desagradable con mucha gente. También siendo peatón sufres. Hay semáforos que están estratégicamente mal ubicados y se juntan cientos de personas para cruzar al mismo tiempo. Te aplastan o empujan hacia la calle incluso antes de que den la luz verde. Cuando por fin la dan, tienes que avanzar y avanzar, no importa si tu amiga se quedó atrás o si se te cayó una bolsa; al otro lado tendrás tiempo de ordenar todo. Y nunca falta la señora de edad que no te deja pasar y te obliga a terminar de cruzar corriendo.
Ir a un concierto también es una de esas situaciones donde estar metida en una multitud es terrible. Si vas a cancha y logras estar en primera fila, ¡valor!. Porque vas a tener a unas 20.000 personas empujándote contra la reja. Además, soportarás tres o cuatro horas parada, con el calor que generan los cuerpos que te rodean, los olores que surgen de las altas temperaturas y el hecho de que muchos esperan desde la noche anterior, sin ducha ni nada parecido. Aunque no quedes en primera fila y decidas estar un poco más atrás, cuando empiece la música igual todos avanzan y te aplastan, así que olvídalo, no trates de luchar contra eso.
La gente no es la terrible, son las multitudes las que se pueden volver terribles. Pero es una realidad con la que nos vemos obligados a vivir a diario y no queda otra opción más que aceptarlo y prepararnos para enfrentarlas. Tal vez el ser de estatura promedio me haga sentir las multitudes más terribles de lo que en realidad son, pero dudo que yo sea la única a la que le molestan tanto.
Imagen CC Tupolev un seine Kamera