Llevaba demasiado tiempo soltera y me hacía falta un buen revolcón. Además, está comprobado que existen muy buenas razones para tener sexo regularmente, por lo que no vi problema en ponerme un poco malula y experimentar cosas que hasta entonces no me atrevía.
Fue así como emprendí el rumbo en búsqueda de una presa fácil, yendo a un lugar con música pegajosa caribeña. Y bueno, ahí no faltó el Adonis que me susurrara "bebé" al oído. Llevaba meses sin tener acción y ¡ya no daba más!. Por eso, cuando se acercó uno de estos bailarines exóticos y me dijo: ¿quieres pasarla bien, mi amol? En este instante desfallecí. Busqué la bebida alcohólica más a mano para envalentonarme y decir: sí.
La verdad, ni yo lo sabía, pero esa noche identifique claramente la lujuria como mi pecado capital. Me sentí como Cleopatra con un fenicio; me di el lujo de corregirlo y dejé que me hiciera feliz. En un momento me vi diciendo frases súper hot, hablándole al oído con acento caribeño y diciéndole "¡ay papi, dame más!". Descubrí por vergüenza, pudor o alguna tranca, jamás había ido más allá, pero ahora estaba dispuesta a revertir la situación y hacer todo lo que un hombre quiere en la cama.
Salí con él un par de meses. Me sirvió para descubrir cuán sexualmente curiosa era y aprender con un buen maestro, pero ¡ojo!, el aprendiz siempre lo supera.
Y ustedes, ¿son curiosas sexualmente?
Imagen CC César Ojeda