¿Te conté de aquella ocasión… de mi primera cita desastrosa? Nunca antes me había pasado. Sucedió tres meses después de una difícil ruptura. Estaba en abstinencia total y decidí que ya era hora de volver a las pistas. Nada serio eso sí, mi corazón no quería más sufrimiento. Pedí consejo a un amigo experto en encuentros de solo una noche y no dudó en recomendarme Tinder. Seguramente lo conoces (y quizás ya lo instalaste, ¿cuándo me ibas a contar?).
Después de algunos días encontré a un chico guapísimo de mi edad. Hacía deporte, le iba bien en los estudios y vivía cerca de mi casa. ¡Qué mejor! Estaba cansada de los viajes de una hora (y de los pasteles). Comenzamos a hablar y logró cautivarme. Decidimos juntarnos y comer pizza. Me hubieras visto, ¡estaba tan emocionada! Pero el destino me advertía que no debía asistir…
El día de la cita por fin llegó y, por supuesto, quería estar estupenda. Me esmeré tanto que la hora pasó sin darme cuenta, ¡me atrasé un montón! Pesqué la cartera y salí corriendo. Me subí a la micro y adivina… ¡se me quedó la bip! Me quería morir. Ya estaba media hora atrasada, y sabes cómo odio llegar tarde. Tomé un taxi, llegué al lugar del encuentro sudando como nunca, pero el chico no estaba… ¡pizzería equivocada!
Después de tantas peripecias para lograr asistir a mi cita esperaba nada menos que un Adonis igual al de las fotos que había visto. Lo merecía. Pero entonces lo veo… El chico no tiene 23 años, ¡tiene 18! Me sentí como una pervertida, es que no se podía su cara de bebé. Además, estaba en plena pubertad, ¡cubierto de espinillas!
Pero vamos, no quería ser tan superficial. Quise darle una segundad oportunidad y hacer realidad el dicho de que en el amor la edad no importa (no me creas, sí importa, pero lo prohibido siempre es tentador). Conversamos largo rato y parecía ser maduro e interesante. Todo iba viento en popa hasta que me cuenta que le encanta predicar la verdad en las plazas… y que las mujeres son más lindas en casa, atendiendo a su esposo. Dios me libre, ¡corrí por mi vida!
Vaya manera de volver a las pistas. Espero que tu suerte sea mejor que la mía.