Recuerdo que llevaba meses soltera pero estaba disfrutando como nunca. Me dedicaba a mi trabajo y me había hecho de un nuevo grupo de amigos guapos y simpáticos. Aunque, para mi pesar, ¡eran todos gays! Ni modo, así me aseguraba de mantener la amistad limpia (porque cuando un amigo nos resulta atractivo, siempre existe el peligro de confundir las cosas…)
En fin, estas nuevas amistades me entusiasmaron mucho y comencé a pasar todos mis ratos libres con ellos. Salíamos a comer y conversábamos durante horas. Además, debido a que sabía que ninguno de ellos se sentía atraído hacia mí, podía ser de lo más cariñosa sin miedo. Siempre he sido muy de piel pero he tenido que saber controlarme, porque siempre se da para malos entendidos. Y lo maravilloso de que a tus amigos no les interesen las boobies es que los puedes abrazar sin mayor temor.
Sin embargo, había uno de estos amigos que me caía particularmente bien. Tenía una personalidad extrovertida y “agarramos confianza” casi al instante. Te mentiría si te dijera que no me pasaban cosas con él. Y es que independiente de los gustos de cada uno, él seguía siendo un hombre. Y yo no soy ciega, ni soy de fierro. Aun así, tenía las cosas claras (y él tenía pololo).
Un particular viernes nos organizamos y salimos todos a carretear. Comenzamos la previa en el departamento de uno de los chicos, donde conversamos y tomamos unas cervezas. El amigo que me gustaba (al que nombraremos “Mateo”) estaba arriba de la pelota y nos propuso ir a una disco alternativa. Yo lo encontré de lo más entrete, ya que hasta ese momento no conocía ninguna.
Tomamos nuestras cosas y partimos. Recuerdo que visitamos tres discos antes de quedarnos definitivamente en una, porque mis tiernos amigos querían darme un tour express. Cuando por fin nos asentamos compramos unos tragos y nos pusimos a bailar. Mateo, borracho a esas alturas, me tomó de la mano y me llevó al centro de la pista. ¡Era raro ser la única mujer!
Comenzamos a bailar y noté que mi guapo amigo estaba muy coqueto conmigo. Yo, ni tonta ni perezosa, le seguí el juego. De pronto comenzó a acercar su cara a la mía, y me asusté. ¡No te rías! Era muy raro que mi amigo gay intentara darme un beso. Claro, había imaginado el momento muchas veces, pero cuando el deseo está a punto de cumplirse es otra cosa.
Supuse que sus intentos románticos eran efecto de tanto alcohol mezclado con la química que siempre hubo entre nosotros. Decidí darme un pase libre esa noche y cumplir mi fantasía: ¡me besé con mi amigo gay! Y oh, no me arrepiento de nada. Fue un beso maravilloso. Al día siguiente nos reímos del asunto y seguimos tan amigos como siempre. En todo caso, ya me había sacado las ganas que le tenía.
Y tú, ¿qué locuras has hecho estando soltera?