Pese a los innumerables momentos cursis en mi vida, encuentros emotivos y logros personales, sólo hay uno que pude bautizar como "el mejor día de mi vida". El personaje responsable de esta plena sensación ni siquiera sabía sobre mi existencia, pero hacía vibrar y revivir mi cuerpo como ninguno más.
Tenía como 11 años cuando me enamoré de él: su aspecto ambiguo y grotesco me parecía un atractivo quiebre en mi dulce vida como niña. A partir de ese momento, junté dinero y energía para poder encontrarme cara a cara con su sudado maquillaje, grave voz y obscenos espectáculos. Coleccioné cada disco, convirtiendo su música en la banda sonora de mi adolescencia: la desarmonía de sus letras escribía sobre mi diario personal.
Hasta que llegó el día. Lo vi pasar detrás de una cortina mientras el resto de los músicos llenaban a duras penas el escenario. Era su esencia abrumadora la que implorábamos yo, junto a otros fanáticos, para poder repletar nuestra ansiedad. Y ahí apareció: ocho años después de mi primer encuentro con sus indecencias, Marilyn Manson no dudaba en manosearse frente al público y volverlo totalmente loco.
Entre lágrimas y risas, mientras mi corazón no cesaba de clamar su nombre y canciones, sabía que este día era irrepetible. Era un encuentro de mí y para mí, en un lazo que nadie jamás entendería y que me provocaba una incontrolable taquicardia mientras los minutos eran quemados por su música. Se fue y sentí un profundo vacío: ya no era la misma que antes, tenía un nuevo hueco en mi alma por llenar y esa idea me ponía enormemente feliz.
¿Cuál fue tu día más feliz?