En esta época del año, ir a dar una vuelta en el mall es el símil de un paseo por el infierno. Grandes aglomeraciones de gente bloquean tu camino, impidiéndote transitar, ir a comer, transportarte e incluso ¡vivir!. Y debo reconocer que estas multitudes sacan lo peor de mí.
Lo más probable, querida lectora, es que seas una persona encantadora, linda y simpática, con la cual me fascinaría algún día tomar un café. Sin embargo, si te me has cruzado en una aglomeración, lo más probable es que te haya odiado en forma momentánea. Ante las grandes concentraciones de gente, lo cierto es que me cuesta distinguir a las personas. Sólo veo obstáculos salidos de no sé qué oscuro mundo, cuyo propósito es fastidiarme la vida (y probablemente, tú también me veas así).
Así - y especialmente cuando llevo prisa - es usual que se me crucen parejas de enamorados que, en el séptimo cielo de su romance, no se fijen que el lugar que escogieron para besarse no es el más propicio. También pasan niños pequeños saltando, personas que parecen recién haber tomado Armonyl, gente que conversa aparatosamente (detesto enterarme de qué, pero me es imposible obviarlo), otra que camina lento y un sinfín de representantes de una generosa fauna que me irrita profundamente. Quiero ir al baño y ahí están; voy a comprar algo y hacen fila. Uff, terrible.
A veces, es tanta la ira que me producen las aglomeraciones, que temo estar llegando a un nivel patológico de fobia a la gente. Me dan ganas de irme a vivir a una isla bien al sur, de esas que hay donde Chile se desgrana. Y ahí declararme 100 por ciento ermitaña. Pero en fin, si converso más calmadamente con cualquiera de esas personas, se me pasa.
Y tú, ¿también has pasado momentos en que te sientes alérgica a las personas?