Recuerdo que desde que era un rulito chico me quedaba largas horas mirando los árboles. Me encantaba contemplar lo enorme que eran, el color verde esperanza y sentir su aroma.
Mis abuelos tenían una casa en la playa y un patio enorme donde había un cerro. Ahí siempre iba y era verdaderamente ¡mega genial! Tengo los mejores recuerdos de esa época. El cerro era empinado y para uno - siendo más chico - constituía toda una aventura. Era como introducirse en otro mundo, así como 'Alicia en el país de las maravillas'
Adoraba ese lugar por el recuerdo de mis bellos abuelos a quienes amaba mucho y siempre lo haré. Y esos árboles ¡eran mis amigos, mis cómplices! Les contaba todos mis secretos y mis historias. Hasta ahora lo sigo haciendo, jaja. De hecho, tenía una casita en un árbol. Por mí me hubiese quedado a vivir ahí para siempre, pero no me dejaban.
Ahora siendo grande, todavía quisiera vivir en un árbol ¡Qué locura, no!
naturaleza siempre ha sido mágica. Al estar en contacto con ella me renuevo; es como si toda mi energía fluyera al cien por ciento y volviera a nacer en ese mundo. El amor por estos 'señores majestuosos' -los árboles- es tan grande que me desconecta totalmente de mi realidad. Son sanadores. Por eso es que generalmente tras abrazar uno nos sentimos tan bien.
Además, con el estrés de la ciudad y la locura santiaguina ¿A quién no le gustaría vivir en un árbol? ¡Yo feliz!