Despierto sin despertador, sólo Leonardo (mi gato) pidiendo comida y agua, maullando porque su humano designado aún no despierta, siendo que son las 11:00 de la mañana de un día lunes cualquiera. En el mundo de la gente normal, a esa hora muchos ya están sudando la gota gorda porque el jefe los presiona con un nuevo proyecto a entregar. Algunos ya están saliendo del banco luego de una serie de trámites, otros llevan dos horas esperando con un número en la mano para que los atiendan en alguna empresa de telefonía. Y bueno, estoy yo, despertando recién. Conecto el celular a Internet y me encuentro con 65 mensajes en WhatsApp, dos correos y una llamada perdida, de alguna tienda ofreciendo vaya a saber uno qué producto. En estos momentos, no es de mi interés, porque es lunes y lo más maravilloso de todo es que me puedo levantar tarde.
Me siento en la cama con un rostro que realmente da miedo. Cuando despierto a estas horas, me cuesta demasiado tomar el ritmo al día que se viene. Es más, podría decir que me cuesta más arrancar que auto de película de terror. Sí, el típico auto que en esas absurdas películas no enciende cuando el tipo con el cuchillo ya está detrás tuyo o una horda de zombies te pisan los talones. Voy al baño; prefiero no mirarme al espejo. Salgo y veo a Leonardo insistiendo con su comida. Lo alimento. Come con ganas mientras me mira como diciendo: "¿Éstas son horas de despertar, humano?". Me sirvo un vaso de leche fría, frutas y algo de cereal. Es el único día que tengo tiempo para tomar desayuno como la gente. Prendo la televisión, matinales, matinales, farándula, farándula. De repente, en el cable, una película buena que va en la mitad y ahí me quedo, mirándola como por cuarta o quinta vez.
Miro la hora, ya son las 13:00. Demonios, estaba buena esa película, pero algo debo hacer. Lo primero es limpiar un poco el departamento. Hay algunas latas de cerveza por ahí, unos vasos sucios y claramente es necesario barrer. Lo hago sin reclamar, mientras Leonardo, con el estómago lleno, se duerme en el sillón y de ahí nadie lo saca. Pongo música, rock obviamente, y me pongo a "Elvirear" un rato. Me gusta ese concepto, dignifica a los hombres que nos preocupamos por el aseo del lugar donde vivimos y nos damos el trabajo de hacerlo un día lunes, teniendo la posibilidad de hacer nada. ¿Y el almuerzo? Bueno, comencemos bien la semana y pidamos algo para comer. De cocinar, ni una gana. Aunque depende, ya que a veces tengo invitados a almorzar y ahí tengo que sacar mis mejores dotes de cocinero frustrado para deleitar el refinado paladar de dichos comensales.
Luego del almuerzo, a revisar pruebas y a encender varios cigarros. Y eso me puede llevar toda la tarde. Justamente el día anterior compré un lápiz rojo y claramente es probable que tenga que comprar otro, porque las calificaciones no están muy buenas. Pero siempre pienso: "Mis alumnos me deben agradecer que no deben levantarse temprano un día lunes para llegar a una clase de lenguaje". Y yo les agradezco también a ellos por tener este privilegio. ¿Si usted fuese mi alumno, no me lo agradecería?
Ahora y terminando esto, a lo mejor usted que está leyendo puede pensar que esto uno lo hace de flojo o porque está cesante o cosas así. Para nada. Aunque no lo crea, todos necesitamos un día libre y en mi caso, tengo la suerte de que es un día lunes. Y sí, le puedo decir que es una sensación maravillosa despertar tarde un día lunes. Si lo puede hacer, se lo recomiendo a ojos cerrados. Y sí no, bueno, por lo menos puede leer esto y envidiarme. Pero que sea envidia sana, de esa que no existe.