"El mundo está en tus manos" o "el destino lo haces tú". ¿Cuántas veces lo has oído? ¡Muchas! Y es que esas frases hablan de nuestro poder de decidir, pero todo cambia cuando la decisión no está en tus manos.
Diariamente existen momentos en los que no podemos hacer mucho para intervenir en las circunstancias que nos rodean. Como cuando vas en una micro y te llaman para pedirte que apures; tú no vas conduciendo, y aunque lo hicieras, es poco probable que logres que el vehículo "vuele" y se libre de un taco espeluznante. Así hay muchas otras cosas, como la que actualmente roba parte de mi sueño.
Ella es una mujer joven y - por su vocabulario - podría decir que sin mucha educación. Tiene dos hijas: una nacida hace meses y otra de un poco más de un año. Hace días, al llegar a casa, la escuché gritar, mientras sus hijas lloraban al punto de entristecerme. Se lo comenté a mi marido, pero no él no le dio mayor importancia. Una de esas tardes, ella salió de su casa advirtiéndole a su pareja que nunca más la golpearía, diciendo que era un drogadicto y varios insultos. Al mismo tiempo, él lanzaba sus cosas a la calle. Entre éstas, le arrojó una piedra que por poco le da en la cara. Estremecida ante la situación - y al ver a las niñas llorando - pensé en llamar a carabineros, o pedir ayuda, pero al pensar en las consecuencias, vi que tanta burocracia haría más daño a las pequeñas y que incluso podrían ir a parar al Sename.
¿Qué tengo que ver yo en esto? Nada. Siendo ajena al conflicto me veo de manos atadas, pero con tremenda responsabilidad social. Pienso nuevamente en esas bebés llorando, en su madre corriendo y gritando, presa de lo que a mis ojos no es locura - como dicen quienes la apuntan con el dedo -, sino un derivado de la crisis que vive. Empatizo y me niego a sumar a sus males la pérdida de sus niñas, pero si nadie hace algo, cosas peores podrían pasar. Sé que no exagero: hay vidas que se pueden salvar.
Aún tengo las manos atadas, pero mis nudos están un poco más sueltos: busqué ayuda de un asistente social, relaté todos los hechos, y me explicó cómo - sin dañarlas - se puede conseguir velar por ellas, con mecanismos necesarios como el consultorio o programas comunitarios.
Nuestro gran problema, es que nos centramos mucho en lo que pensamos, en lo que podemos hacer, y al no ver solución, abandonamos la causa, seguimos sufriendo o guardamos el conflicto en lo más secreto hasta que revienta. La frustración nos agobia e incluso cohíbe nuestra creatividad, nublando el juicio sin dejarnos ver la realidad. Si tus manos están atadas, es momento de mirar desde lejos y buscar ayuda; acude a quien tenga las herramientas para liberarte.
El mundo es pesado para llevarlo tú sola sobre los hombros. Así que respira hondo y mira a tu alrededor: te aseguro que encontrarás a quien suelte tus cuerdas.