[caption id="" align="aligncenter" width="500" caption="Estamos perdidos..."][/caption]
Nadie niega que ser mujer es una misión bastante difícil, la cual deben aprender a sobrellevar con el correr del tiempo. Por una parte, nosotros los hombres lo único a lo que tenemos que acostumbrarnos es al cambio de voz en nuestro proceso de crecimiento. Sin embargo, algunas mujeres deben lidiar desde temprana edad, y otras un tanto después, con la menstruación, la cual llega una vez al mes. Pero pareciera que ese momento nunca terminaría, pues hay que soportar el mar humor de algunas, el llanto y malas caras de otras, la sensibilidad a flor de piel, entre varias cosas más.
Lo peor está por venir. Si uno está casado o pololeando desde hace un buen tiempo, no falta a la que se le olvidó comprar sus respectivas toallitas higiénicas para poder enfrentar ese terrible momento en la vida de las féminas, y es ahí cuando se acuerdan de uno. Después de habernos gritado en la mañana por tal y cual motivo, te llaman al celular para que pases al supermercado o farmacia más cercana y se las compres. ¡Ja! como si uno supiera la que les sirve.
Entonces uno se ve en medio del pasillo o frente a la vendedora del local, parado, en cuclillas, o simplemente caminado de un lado a otro siguiendo con la vista el estante en el que se encuentran una gran diversidad de toallitas, buscando cuál de todas les sirve: si la que tiene alas, la de cuatro gotitas, la normal, etc. Hasta que llega la pregunta del millón, ¿señor, lo puedo ayudar en algo? porque si se te ocurre llamar por celular para preguntar, capaz que te peguen. Es ahí cuando uno responde, sí por supuesto, sabe que me mandaron a comprar y uno todo urgido le dice en voz baja, tengo que llevarle a mi señora, polola o hermana, toallitas, usted ya sabe, no tengo idea cuál de todas éstas usa.
Muchos de nosotros somos muy poco fijados. Lo único que nos damos cuenta cuando meten las cosas al carro es con suerte de qué color es el envase, sólo nos preocupamos lo que tenemos que pagar a la hora de pasar por caja. Ni siquiera notamos de qué marca es, si es de día o noche, si es con o sin alas, entre otras cosas más que podrían hacernos las cosas más fáciles al momento de tener que enfrentarnos a una situación incómoda como esa.
Bueno y tras el consejo de la encargada del pasillo “x” del supermercado u otra mujer que se encuentra haciendo lo mismo que yo en ese minuto. Luego de sus indicaciones, uno se decide a comprar. Tomamos el paquete que creemos es el correcto, nos dirigimos a la caja más desocupada, respondemos las preguntas que siempre nos hacen: quiere donar un peso o parte de su vuelto, tiene la tarjeta “x” para acumular puntos en su próximas compra, a lo que uno responde sí, quedamos bien delante de la cajera, pagamos y nos vamos tranquilos con haber salido bien parados de esta terrible misión.
Me dirijo hasta la salida correspondiente, subo al auto o abordo la micro que me llevará a la casa a entregar ese minúsculo paquete, que me hizo pasar un rato desagradable, para que al entrar, ni siquiera te saluden, te piden la bolsa y lo primero que te dicen, te equivocaste, no era ésta. Obligado a partir nuevamente, pero ahora con la indicación precisa. Doy gracias a dios por no ser mujer y tener que pasar por ese calvario de la menstruación.