Casi nunca me importa que los famosos se separen o se casen, pero cuando supe la noticia del divorcio de Courteney Cox y David Arquette, una pareja que siempre se mostraba feliz y que parecía ser el complemento perfecto entre la mina más seria y ordenada y el hombre chistoso-payaso-irresponsable; me puse a pensar en todas las veces que ese patrón se repite en las relaciones, sea uno famoso o no.
Estar con una persona irresponsable, relajada y divertida puede ser muchas veces la solución para las que somos un poquito más estructuradas o urgidas. Si todo sale bien, le quita un poco de peso a las cosas, te enseña a ser más liviana y hace la vida mucho más entretenida.Y al comienzo son el complemento perfecto y la relación es casi adictiva: el payaso necesita de la urgida tanto como la urgida necesita del payaso.
Pero como todo, llega un punto en que no todo tiene que ser chistoso ni lindo, sobre todo cuando se pasan por situaciones graves o en las que te gustaría más apoyo que una talla. No me malentiendan, lo que más me puede llegar a gustar de una persona es su sentido del humor, pero la incapacidad de ser serio cuando se necesita, sumado a la irresponsabilidad de apoyarse siempre en la persona más estricta cuando tienen un problema sin poner nada de su parte, es demasiado frustrante. Nadie quiere ser mamá del pololo.
Me paso el rollo que eso fue lo que le pasó a Courteney; le dijo al propio Arquette (y el se encargó de contarle a todo el mundo en un programa de radio) que estaba aburrida de ser su mamá y que sus tonteras a veces la cansaban. Me quedo con las declaraciones de Arquette hace algunos días a la radio: "A veces hago cosas que la ponen en verguenza. Y cuando la conocí hace 16 años esas cosas eran encantadoras, pero ahora ya están añejas" Pobre Courteney, te entiendo tanto.