Estaba terminando la Universidad. Justo en esa época mis mejores amigas se vinieron a Santiago y me quedé varios meses sola en Concepción, porque tenía que terminar mi práctica. Así que me vi en la misión de encontrar nuevos amigos para hacer más entretenido lo que quedaba de año. Y bueno, en un carrete del que tenía cero expectativas salió él.
Lo vi y no me gustó. Típico. Hablamos y me cayó bien. Pero yo le gusté y ahí todo se puso mejor. No estaba ni ahí con pololear. De hecho mis días en Conce estaban contados y pensé que no me quería meter en líos. Además era más chico, estaba recién entrado a la U y yo tenía otros intereses.
Cuando lo conocí él tenía 20 y yo 24. Nos encontrábamos constantemente, porque teníamos amigos en común y, aunque siempre lo encontré pendejo, había algo que me atraía. Hasta que una amiga me iluminó. La gracia del chiquillo no estaba en que él fuera un tipo bacán, si no en que él creía que yo era una mina bacán. He ahí el gran punto. Mi autoestima estaba por las nubes. El me veía grande, independiente, con más carácter que las niñas con las estaba acostumbrado a salir, siempre decía lo inteligente que era, lo simpática que era, lo relajada que era, en fin, puras cosas semi falsas. Nunca me tuve que preocupar de llenar sus espectativas porque estaban llenas y él no tenía que llenar las mías, porque con eso era suficiente. El resto era pasarlo bien y reírnos mucho. Total yo para él era seca y por un rato me creí la muerte.