Generalmente durante el invierno no hacemos mayores esfuerzos por estar flacas, ni estamos pendientes todo el día de las calorías; por lo tanto cuando llega el verano, nuestro cuerpo definitivamente NO está preparado para el bikini.
Estamos blancas, nos sentimos más fofas, se nos empieza a salir un rollito por el pantalón, entonces nos subimos a la pesa, el maldito aparato que nos reafirma nuestra “obesidad”.
Comprar bikini con ese cuerpo al que no le tenemos ni un poquito de cariño se transforma en más que un suplicio. Además yo estoy convencida que los espejos de las multitiendas están intervenidos, porque yo juro que me veo estupenda, pero cuando me lo pongo en mi casa, la cosa no es igual.
Tenemos dos salidas. O cerramos la boca un mes completo, y vamos a comprar el bikini después de haber perdido los kilos de más, o hacemos de tripas corazón y adquirimos el modelito que mejor nos acomode.