Si hay algo que me molesta cuando camino por la calle son las palomas. Santiago está plagado de estos pájaros y, la verdad, me dan un poquito de asco. En serio, no sé cómo estas aves pueden ser el símbolo de la paz si realmente son pequeños ratones deambulando por las calles, llenos de infecciones.
Lo peor son las palomas kamikaze, esas que se tiran contra cualquier cosa o persona, como si le estuvieran pagando una manda a Alá. Más de una vez he tenido que hacerles el quite, agachándome para evitar chocar con ellas o esquivándolas por las veredas. Últimamente las perlas ni se inmutan.
Estoy convencida de que esta debe ser una especie de nueva generación de palomas, más temerarias y valientes. Me acuerdo que cuando chica uno podía espantarlas poniéndose a correr detrás de ellas y altiro salían volando asustadas. Ahora la cosa es al revés y nosotros somos las atemorizadas. En cualquier momento se viene “el ataque de las palomas asesinas”. No me extrañaría nada, sería la peor-mejor película de terror. Me las imagino como las más malvadas y engreídas, de esas que en un descuido son capaces de picotearte por la espalda.