Comencé a fumar en la época de la universidad. En ese tiempo estudiaba hasta tarde con mis compañeros y se nos hizo habitual fumar en nuestras sesiones con café.
En mi vida profesional el vicio iba y venía sin ningún problema. Lo dejaba cuando estimaba conveniente, pero generalmente si tenía alguna pena de amor me aferraba a aquella cajetilla como si fuera pegamento para el corazón.
Y eso ocurrió la última vez que fumé sin parar. Mi novio de aquel entonces me pateó en el momento que menos esperaba y mis cigarrillos se convirtieron en mis mejores amigos. Si tenía pena ahí estaban ellos, si quería estar sola ahí estaban ellos, si quería soltar un poco la presión que oprimía mi pecho ahí estaban ellos.
La pena pasó, pero los cigarrillos quedaron. Ahora la angustia fue suplida por el estrés y me acostumbré a fumar cada vez que me sentía superada por la realidad, hasta que mi cuerpo me comenzó a pasar la cuenta.
Un día como cualquier otro me bajó la presión y supe que era debido a los excesos: de cigarros, alcohol y carrete.
Desde ese día mi cuerpo rechaza el cigarro. Ya llevo dos semanas sin fumar y no me dan ganas aunque vea a mis compañeros en la pega fumando, para mí ya es asunto superado.
Y a ti ¿te cuesta mucho dejar de fumar? (foto vía Briss Milián)