1- El lunes no era lo peor. Todo lo contario, me gustaba llegar a la primera hora a comentar los carretes que habíamos tenido el fin de semana, hablar de los minos con que habíamos pinchado y reírnos de las “borracheras” de algunas.
2- Podía sobrevivir un mes completo con 30 lucas. No me pregunten cómo lo lograba, pero era factible.
3- No hay que preocuparse de hacer dietas ni ejercicio, uno es flaca por naturaleza. Quizás esto no corre para todas, pero las que saben de lo que hablo, lo deben extrañar tanto como yo.
4- Llegar a la casa temprano. Nunca salí después de las 5, y aunque a veces tenía que estudiar, siempre alcanzaba a dormir una mini siesta.
5- Tener la posibilidad de hacerse la cimarra. Cuando querías faltar no había que inventar enfermedades y tener que conseguirse licencias; podías escaparte a Providencia a tomar desayuno.
6- Como usábamos uniforme no había que preocuparse todos los días de qué ponerse, o si iba a hacer frío o calor. Total si ibas con pantys, te las podías sacar cuando salía el sol.
7- El mismo hecho de usar uniforme hacía que nos conformáramos con muuucha menos ropa en nuestro closet. Con 3 jeans y 5 poleras éramos infinitamente felices.
8- No tener que preocuparse de las cuentas, de los gastos, de llegar a fin de mes. Los papás siempre estaban ahí para salvarnos.
9- Feriados, sándwiches, misas de conmemoración, semana del colegio, retiros, paseos, clases como consejo de curso u orientación. Nadie puede decir que en el colegio no se capeaba.
10- Last, but not least, tres larguísimos meses de vacaciones.