Siguiendo con el ciclo de trágame tierra, quiero compartirles uno de los peores días de mi vida. Ahora que lo pienso, como joven adulta y con cabeza fría me parece una tontera, pero en ese momento en verdad quería que la tierra me tragara. La historia es la siguiente, yo, a mis escasos 12 años fui invitada a mi primera fiesta de cumpleaños (de adolescente claro está). Como estudié en un colegio mixto, la fiesta significaba intrínsecamente que niños y niñas compartiríamos un espacio cuadrado y reducido, que habría música para bailar (mi infancia la pasé en un país caribeño) y que este magno evento significaba la entrada a la fama o al desprestigio.
Mi mamá, sabiendo de antemano la importancia de esta fecha, hizo todo lo posible para ayudarme a estar a la altura del evento, por lo que, fuimos a la peluquería, me compré ropa especial y llevé un gran regalo. Así, vestida, peinada y pintada para la ocasión mi madre me dejó en la fiesta. Efectivamente, entré al salón y mientras a un lado estaban todas las niñas, al otro estaban los niños, todos en completa timidez decidíamos ignorarnos. Las miradas iban y venían, la música seguía sonando y nadie se atrevía a dar el primer paso, pero la tensión era más que clara.
En este contexto a mí se me ocurrió salir al patio del salón a conversar con una amiga que estaba afuera. La puerta que dividía estos dos espacios era un gran ventanal, por lo que lo abrí y salí. Después de conversar un rato con una amiga, alguien me llamó desde dentro de la fiesta y yo, en mi nerviosismo, salí corriendo hacia el salón, sin percatarme que la puerta divisora estaba cerrada (siendo un gran ventanal era fácil cometer ese error) efectivamente choqué contra la puerta, caí de espalda hacia el suelo y perdí la consciencia por unos segundos.
Cuando desperté estaban todos mis compañeros y amigas riéndose desaforadamente de mí, me levanté, corrí al baño, me encerré, me vi en el espejo y comprobé que tenía el labio superior izquierdo completamente hinchado. Salí del baño, me encontré con las caras de burla de mis compañeros y sólo quise que la tierra me tragara para siempre. Efectivamente, mi primera fiesta de adolescente me llevó más al desprestigio que a la fama, años después mis compañeros de colegio aún seguían llamándome: rocky balboa.